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Columna: Educación, familia y responsabilidad social

Columna: Educación, familia y responsabilidad social

Dr. Edison Santibáñez Cerda

Académico

Escuela de Pedagogía PUCV

En el ámbito de estudio de la familia, la educación y la responsabilidad social, la familia se nos presenta como el primer grupo de referencia que tenemos los seres humanos y, por consiguiente, ella constituye por antonomasia la primera escuela de aprendizaje y desarrollo humano. Es por esto que la familia también se convierte en un grupo humano que posibilita el proceso socializador y de culturización de las personas; es decir, el proceso mediante el cual el ser humano adquiere la cultura y puede transformarla.
En efecto, el valor de la familia no reside solamente en aquellos encuentros habituales que se gestan en su seno, así como los momentos de alegría y la resolución de problemas cotidianos. El valor nace y se desarrolla cuando es la propia familia la que -a través de la crianza de sus hijos- es capaz de fomentar y generar espacios de formación valórica, moral y social.
Es por eso que la tarea de formación de los hijos descansa de modo prioritario en los padres y, por consiguiente, tanto el Estado como las instituciones educativas sólo cumplen una labor subsidiaria hacia la familia. Es por esto que cualquier tipo de educación alejada de los padres y que no tienda al bien personal y al bien común carece de sustento moral y cívico y, a su vez, es fácil cultivo para cualquier tipo de adoctrinamiento o ideologización.
No obstante, los nuevos escenarios sociales y culturales plantean nuevos desafíos a la familia. No son pocas las veces que dichos contextos solo privilegian logros de tipo material y económicos, lo que por cierto ha traído consecuencias visibles e inevitables en los proyectos de vida de las personas y, por consiguiente, también en las relaciones al interior de las familias. Las extensas jornadas de trabajo de los padres, la ausencia sostenida de los padres en el hogar por motivos laborales, las políticas que en vez de enriquecer y favorecer a la familia la empobrecen, la incertidumbre social que se vive y, un largo etcétera más, son sólo algunas de estas consecuencias.
Pero no debemos equivocarnos, es en la familia donde se inicia la adquisición de nuestros primeros hábitos, los que, junto a una cultura familiar favorable, serán la base donde los hijos no solo aprenderán a ser personas sino también a aprender a vivir junto a los otros. Es indiscutible que es en la familia donde los niños adquieren las habilidades sociales, que les permitirán a posterioridad relacionarse con otras personas en distintos ámbitos y diferentes ambientes. Así, la familia difunde casi por osmosis no sólo el bien privado, sino también el ejercicio de un auténtico bien común: es la familia la que saca a la luz la intrínseca naturaleza relacional de la experiencia humana.
Lo anterior supone un objetivo importante en la educación de los hijos. Desarrollar y fomentar en ellos un fuerte compromiso con la responsabilidad social, inculcando a sus hijos desde “las primeras conversaciones”, buenas actitudes, por ejemplo, hacia la naturaleza y su entorno, el respeto hacia la dignidad del otro, un interés activo por colaborar al bien común, la responsabilidad de participar activamente en la vida cívica y democrática, la solidaridad, el voluntariado, entre otros.
Como podemos observar, la familia tiene un lugar preponderante en la formación ciudadana y, por consiguiente, en el orden social de los pueblos. Aunque a veces resulta difícil plantearse un orden estable si constatamos que en las últimas décadas experimentamos una crisis de valores sociales que han ido empeorando no sólo la cultura familiar, sino también la convivencia social. Esto, en parte, se debe a una política socioeducativa que ha ido ganando en ideología y empobrecimiento en materia de ética, moral y buenas costumbres.
Pero esta realidad va mucho más allá de la implementación de políticas socioeducativas, reclama desde el punto de vista antropológico, un reconocimiento de la familia humana como la base y el sostenimiento básico de toda sociedad y, por consecuencia lógica, la principal institución generadora de humanidad.
Si repensemos la familia, la sociedad puede cambiar. Para ello se hace necesario que empecemos por salir de nuestras zonas de confort y nos decidamos a combatir la enfermedad -antes que se convierta en una enfermedad terminal- que está haciendo tanto daño a la familia como a la sociedad chilena: me refiero a la enfermedad de la indiferencia.